Concierto Radiónica 2021: Velandia y la Tigra
¿La lavadora?
Quédese con ese tiesto
Mis trapos los lavo a pulso
Ni manco que el burro fuera
Eso sí no se le olvide que en ese electrodoméstico
Yo invertí mi mejor sueldo
Que lo llevé a las costillas del almacén a la casa
Que lo quiero como a un hijo
Porque no teníamos perro
Con canciones como "Guarapera", “Balada” o "Chuvak", Edson Velandia quedó con los reflectores puestos encima. El músico de Piedecuesta debía atender continuamente entrevistas radiales, figuraba en distintas revistas, lo invitaban a camerinos de artistas consagrados y era presentado con personajes pesados de la movida musical en el país. Se había convertido, sin pretenderlo, en cabeza visible de aquello que en la primera década del 2000 llamaron “las nuevas músicas colombianas”, junto con proyectos como Bomba Estéreo, ChocQuibTown, Systema Solar y La Bambarabanda. Velandia, por su parte, entre tanta parafernalia se sentía como mosco en leche.
Su nombre, sin embargo, no llegaba de la nada. Con Cabuya, el proyecto anterior al nacimiento de Velandia y la Tigra, había cautivado a muchos escuchas y alcanzado cierta popularidad en varias ciudades del país. Canciones como “El billetico”, que trata sobre el trabajo infantil, o puestas en escena como “La mafia del aguacate”, en la que usa como recurso la estética traqueta, empezaban a escribir las primeras páginas de una carrera musical como pocas.
Fueron seis años de un proyecto que Velandia considera una escuela, pero tras su disolución era momento de seguir con su firma. Cogió impulso, se puso la máscara de burro y se botó a la piscina: un nuevo género, la rasqa, había nacido. Velandia y La Tigra estaba en la casa.
Yo soy el tigre y me dicen barbao
No hay bronca que no me anime
Porque soy rústico
El vengador de los chibchas
Para que se haga la justa
Paso el océano y traigo el oro
Pago la orquesta
Pongo la vaca y gasto la pincha.
La venia al primer disco, Once Rasqas (2007), fue instantánea. No solo la prensa especializada, por llamarla de alguna manera, lo aclamó sino que su lírica entró como bálsamo para un pueblo que lleva más de 100 años resistiendo. Con canciones como “La Cuña”, o “El Sietemanes”, Velandia se clavaba en las entrañas de su paisaje, de nuestra idiosincrasia, de nuestra humanidad y de nuestros conflictos.
En 2008, el grupo santandereano se presentó en Rock al Parque y el año siguiente, en 2009, lanzó su segundo disco titulado Superzencillo, en el que le cantó a esa cultura traqueta que nos ha gobernado y que ha cooptado casi todas las formas de poder, tanto legales como ilegales. Y ahí, entre los 16 cortes de este disco, estaban "Guarapera", “Balada” y "Chuvak", y, junto a ellas, el abismo de la fama.
Velandia no manifestó interés por ser músico desde pequeño; le gustaba más el fútbol y el dibujo. Como narró Ricardo Durán en un perfil para la revista Rolling Stone, titulado “Edson Velandia: karate, rasqa y combate”, en su casa siempre sonaban canciones “por la vena llanera y bohemia de su padre”. Don Germán Velandia, un hombre que escribía poesía folclórica, chistes, y que, en un momento, fue imbatible en Sábado Felices, le heredó a su hijo el gusto por la poesía de Sor Juana Inés de La Cruz, de Calderón de la Barca o de Lope de Vega. A esto se sumaba, la atracción de Edson por el sonido romántico de artistas como Dyango, Camilo Sexto, Juan Gabriel, Marisela y Manolo Galván.
La rebeldía escolar y un intento de castigo de su profesor lo sentaron frente a su salón de clase a cantar “Fantasías” de Chayanne. Tenía 14 años y ahí, en ese momento, terminó acercándose a la guitarra. Todo lo que debió rodar empezó a rodar. Ya en la universidad, como también cuenta Durán en el mencionado perfil, llegaron nuevos referentes como Milton Nascimento, Gilberto Gil, Caetano Veloso, Chico Buarque, Astor Piazzolla, Heitor Villa-Lobos y Alberto Ginastera. También durante sus estudios con Blas Emilio Atehortúa, uno de los compositores más prolíficos que ha tenido Colombia, llegaron otros tantos como Bela Bartok, Schönberg, Anton Webern, Stravinsky.
Después de Superzencillo, Edson Velandia se quedó sin banda y con la necesidad de huir del cariño postizo de la fama, como él mismo lo ha expresado. Se fue entonces a la casa de su amigo el Negro Navas, un hombre a quien la carretera de la vida lo llevó a desarrollar una enigmática alteridad, un artista plástico que pinta sin pensar, que da vía libre a la fuerza creativa sin consideración estética alguna y en quien el músico de Piedecuesta se inspiró para escribir en una hoja y sin borrador lo que sería su siguiente golpe.
El difunto y la difunta estaban otra vez molestándose los genitales
Son gente de gustos psicosexuales, sexypoéticos y anal-iticos
Como diría el millonario López
Quien a su vez se lo oyó decir al acuerpao Rolando
Quien en su momento de extraña lucidez dice:
Culo peluo pasa por chocha y lero lero el banderillero
Oscuro, vulgar, sucio, cómico, lascivo. El Oh, Porno! (2010) ya estaba en la mente del artista. Y luego de encontrar los compañeros de este viaje al éxtasis, al vértigo, al delirio (Henry Rincón en la batería, Daniel Bayona en el bajo y "El León" Pardo en la trompeta) Edson Velandia lograba su declaración y se sacudía de los motes que tantos ponían en su espalda. Y al tiempo nacía una segunda generación de Velandia y la Tigra que hoy parece un mito.
El abuso de "El profesor Miguernica", la deformación de "So What" de Miles Davis en "Tons qué", la erótica de "Naranjas", empezaban a convertirse, de todas formas, en clásicos de culto. Y para completar el trémulo episodio, vino la travesía, a pie y en bus, desde Santander hasta La Patagonia que duró cuatro meses. Un recorrido con la cadena suelta entre cantinas, bares, festivales y antros, un baile que nunca nadie les podrá quitar.
A este disco le siguió Egipto: Reqien Rasqa pa’ Cielito (2011), que incluía un homenaje al poeta León de Greiff y la recapitulación de varias piezas de discos anteriores. Pero el agite se calmó en el lugar donde cada tanto ruge un volcán, en Pasto, en el Galeras Rock. Luego de esta participación, en noviembre de 2011, Velandia y la Tigra guardaba sus equipos sin extensos comunicados oficiales y sí con el fino sello del misterio.
Ya no tenemos nada, ya no tenemos nada,
Ya no tenemos nada en la nevera no tenemos nada.
Ya no tenemos nada, ya no tenemos nada,
Ya no tenemos nada en la nevera no tenemos nada.
Pero tenemos nevera y... hagamos hielo, hagamos hielo
Nacía el primer hijo de Edson Velandia, Luciano, y era momento de canalizar la locura por otros linderos. Dio vida al Karateka (2016), con emblemáticas grabaciones como “La muerte de Jaime Garzón”, “El caníbal” o “La nevera”, y a otros tantos proyectos que ha impulsado con su voz y su guitarra. Piezas como Aputói: Canción de un solo tiro (2015), discos como Montañero (2018), óperas como La Bacinilla de Peltre —que presentó en el Teatro Colón—, musicalizaciones en cortos o trabajos para la Comisión de la Verdad, además de su activa participación en la volátil coyuntura Nacional con canciones como “Su Madre Patria”, “Todo regalao” o “El infiltrao”, pusieron a circular su nombre de la manera como quizá siempre quiso: dejando claro que esto no se trata de él.
Aun así, el espíritu de Velandia y la Tigra siguió deambulando y poco a poco retornó de varias formas: en el Festival de la Tigra como proceso territorial, sin centralismos ni marquesinas, que busca fortalecer iniciativas organizativas desde la cultura, el trabajo comunitario y la visibilización de problemáticas y alternativas locales; en colaboraciones con proyectos como Batucada Guaricha; o en presentaciones como la de 2020 en el Festival Altavoz. También grabaron dos discos que descartaron por no alcanzar lo que buscaban, pero que probablemente se conviertan en obsesión para quienes siguen de cerca al artista.
Hoy, por fin, hay nuevo disco y alguna de sus canciones sonará en el concierto Radiónica. Con este regresan al mundo de los larga duración, once años después —un número que se presenta ya como cábala accidental a lo largo de la vida de Velandia y la Tigra—. Y ahí estaremos para disfrutar de su observación poética. Para aborrecer juntos la dominación, la enajenación, la maldad. Para disfrutar de un arte que no necesariamente persigue la belleza, sino que le da la cara a un país donde la vida parece estar amenazada todos los días; sobre todo, la de aquellos que se atreven a cuestionar.