“Zapata, el Gran Putas”, un documental sobre Manuel Zapata Olivella
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Esa es una declaración poderosa que se acerca a la traducción de "Umuntu, nigumuntu, nagumuntu" o “una persona es una persona a causa de los demás", una frase de la filosofía sudafricana. Ese juego de palabras cuyo significado trasciende, es el que el realizador y productor vallecaucano Marino Aguado Varela, expresa en el documental sobre Manuel Zapata Olivella, "Zapata, el Gran Putas" (2020), un viaje sonoro y visual, resultado de una extensa investigación en la que se nos cuenta una historia que acerca a afrodescendientes, mulatos, mestizos, indígenas, colombianos.
Darío Henao Restrepo es el investigador del documental, y en el prólogo de Changó, El Gran Putas (1980), una de las obras más importantes de Olivella, escribió sobre el escritor:
“Manuel siempre fue un caminante, un vagamundo, que desde muy joven decidió recorrer las más diversas geografías, empezando por su natal Caribe y por el Pacífico colombiano. Luego se iría a México, a Centroamérica, al Brasil, a los Estados Unidos, al África, a la Unión Soviética y a la China. Quizás no haya en la literatura colombiana una vida tan rica en experiencias y aventuras como las del Negro Manuel, como cariñosamente lo llamaban sus amigos. Su propósito siempre fue adentrarse en la condición humana, acumular vida, pues era un convencido, como quería Nietzsche, de que la literatura proviene de la sangre”.
Hablamos con Marino Aguado Varela, director del documental "Zapata, el Gran Putas" (2020), sobre el estreno de la película el pasado 12 de octubre por el canal regional Telepacífico y las plataformas públicas del país, en vivo por Señal Colombia el lunes 12 de octubre a las 8:30 p.m.
¿Por qué iniciar el documental retratando rostros?
El documental no tiene una descripción paisajística, geográfica, sino que me interesaba que el paisaje fuera el rostro humano, por eso hay una propuesta de ver al hombre en diferentes locaciones. Grabamos 800 rostros. Estuvimos en Guachené, Santander de Quilichao, Lorica, Cartagena, Quibdó, Salvador de Bahía y Washington. Era también intentar mirar al ser humano y esa textura de nosotros los afro y esta mezcla de lo indígena tendrían una conexión en el Caribe, el Pacífico y con Estados Unidos
¿Cómo fue el proceso de curaduría en el montaje?
Este tipo de documental es complejo porque implica horas de escucha, de lectura, sesiones de trabajo con el asesor de investigación que es Darío Henao Restrepo. Revisamos material de archivo que tiene la RTVC, la Universidad de Vanderbilt, las conversaciones con la familia. Fue interesante escuchar la voz de Manuel Zapata para conocerlo, sentirlo, hay un material que no está en el corte final por temas de derechos pero fue bastante lo que escuchamos.
Además de hacer un homenaje, ¿qué objetivo tiene?
Yo creo que este documental puede llevarte a pensar en un asunto de identidad. Entender que no llevamos ni 200 años de la esclavitud, estamos con un pasado muy complejo y cercano y despertar el interés para reflexionar al respecto es el objetivo del documental.
¿Qué papel juegan las miradas en el documental?
Fue un ejercicio chévere de hacerlo, de ver en miradas similitudes. Ves a un afrodescendiente de Guachené y tiene algo parecido a un hombre de una calle de Harlem en Nueva York. Esa era la idea, trazar una línea de interés porque todos estamos conectados. En esos rostros, en esas miradas, hay belleza. Es conmovedor todo lo que uno puede imaginar en ese ejercicio.
¿Qué fue lo más significativo al grabar?
Estuvimos en el museo de historia afroamericana y me llamó la atención que tienen una sección de fotografía del sur de Estados Unidos, de la gente vinculada al negocio del algodón, y veía una fotografía de una mujer adulta muy sencilla, parada frente a la cámara con un encuadre parecido al que hicimos con los rostros en el documental, y es curioso que encuentro similitudes con rostros cercanos a mí, a mi familia.
También hubo un momento interesante y es que luego de grabar allá, entrevistamos a Delia Zapata, la sobrina de Manuel, y descubrí que juntos tuvieron un proyecto de tener un museo con fotografías de rostros de personas de Colombia, y es algo que veníamos haciendo desde hace mucho tiempo.
¿Qué reafirmó el documental en la vida de Marino Aguado Varela?
Un cúmulo de emociones me generó este recorrido. Yo salgo distinto de este documental, aunque ya tengo experiencia es un aprendizaje increíble para mi vida, reconozco la bendición de hacer cosas que te puedan reafirmar. Este documental ha permitido que me haga nuevas preguntas respecto a mi individualidad, mi historia, mi familia, de dónde vengo. Intentar reconocer hechos de la historia que deben reescribirse y que me ponen a pensar desde la perspectiva de mi profesión. El próximo proyecto será encontrar, reconocer historias que deberían reescribirse. Aquellas cosas del pasado que desde la educación o la historia no han sido contadas de la manera justa. Quisiera aportar en ese sentido.
Este año en particular ha despertado muchas manifestaciones en torno a la estética, la vida, las formas de ser de las comunidades negras, ejemplo de ello el movimiento “Las vidas negras importan”.
Y como documentalista, ¿qué reflexiones surgen?
Es bastante complejo el tema de resignificarse uno como descendencia afro, hay muchos caminos, nosotros hemos recogido de varias personas que han trabajado al respecto desde lo académico y lo político, pero muy poco desde lo económico.
En la primera escaleta que me planteé para este documental, además de contar la vida de Olivella, quería contar lo diaspórico, de África, América y todas las dinámicas que pasaron en la época colonial con un resumen, con datos fuertes de lo duro que fue el tema, con los matices de la historia negra en Colombia, pero no cupo porque no sentí que fuera orgánico.
Creo que nosotros debemos trabajar en el tema del merecimiento desde una perspectiva también económica. Es decir, habitualmente, la militancia o activismo afro se ha trabajado desde la academia pero en lo social y lo político, se ha trabajado es en la cuota mínima y, por supuesto, tenemos una nueva constitución que permitió un alcance distinto a las comunidades y eso hay que validarlo, pero veo que no hay un proyecto económico grande de país vinculado a lo afro, entonces no tenemos empoderamiento económico y por eso entonces las grandes comunidades afro trabajan o viven en unas condiciones a veces subnormales, gran porcentaje vive del subsidio y de sacar la mano para la cuota pequeña, sin embargo tenemos que tener un empoderamiento, y las nuevas generaciones tenemos que pensar eso.
En nuestra región la fuerza negra está históricamente vinculada a ciertos movimientos económicos como lo agroindustrial, pero no hay un descendiente afro que esté vinculado como cabeza de esa potencia, entonces tenemos un pensamiento todavía colonial. Alguien más tiene dinero, entonces nosotros tenemos historia y tenemos cultura y bailamos, cocinamos bien, pero proyectos económicos como tal, no hay. Por eso hay que pensar que la cultura negra debe convertirse en hegemonía cultural, que tenga su espacio y una voz importante, que compita y que permita que avancemos.