“Tengo Miedo Torero”: amor marginal y clandestino
El amor y el odio son las dos grandes fuerzas que rigen la vida. Y si bien hay un montón de matices entre estos extremos, a veces pasa que, sobre todo si se vive en un ambiente marginal, la cotidianidad fluctúa casi de forma agresiva entre esas dos fuerzas. Ese es el caso de la película “Tengo Miedo Torero” (2020) del director chileno Rodrigo Sepúlveda, cuyo guión está basado en la novela homónima de Pedro Lemebel publicada en 2001, la cual ha sido aclamada y a la vez criticada por el público.
Esta es la historia de un romance entre La Loca del Frente (Alfredo Castro), una travesti vieja que vive en el bajo mundo del Santiago de los 80, y Carlos (Leonardo Ortizgris), un joven guerrillero mexicano que pertenece al Frente Patriótico Manuel Rodríguez, quien llega a Chile para participar en el atentado que el dictador Agusto Pinochet sufrió en 1986.
La historia comienza con un chiste contado desde el escenario de una fiesta celebrada en un cabaret underground travesti. Allí encontramos a La Loca envuelta en un ambiente de felicidad y amor, que es súbitamente destrozado cuando el odio, en forma de policía, entra disparando por la puerta. Al ver a sus compañeras caer muertas a sus pies, La Loca huye por un callejón en el que es interceptada por Carlos, quien la ayuda a escapar de la fuerza pública. Esa noche ambos empiezan a hacerse ojitos e intercambiar sonrisas y después de unos cuantos días de flirteo, Carlos la convence de guardarle unas cajas con libros que en verdad están llenas de armas.
Así empieza este peculiar romance en medio del horror de la dictadura. Un romance que se mueve entre los mundos clandestinos de la noche homosexual de la ciudad, donde reinan las divas llenas de escarcha y pululan los excesos, la fiesta y la prostitución; y la insurgencia que se alza contra un regimen barvaro y autoritario. Ambos son ambientes de violencia y discrimnación en los que la homosexualidad está prohibida. En medio de esto, una pareja insólita busca un sueño imposible: El idilio de amor y el derrocamiento de un dictador.
La película, que también contó con Pedro Aznar en la banda sonora, se estrenó en septiembre de 2020 y de entrada vendió 50 mil boletas virtuales. Buena parte de la crítica aplaudió el largometraje y destacó la actuación Alfredo Castro, pero otra parte, sobre todo quienes conocen a fondo la obra de Lemebel, la han criticado duramente. Una de las primeras razones es porque la película deja completamente de lado la otra compleja relación de la novela: el matrimonio entre Pinochet y su esposa Lucía, en el cual se viven las dinámicas de un déspota machista y su caprichosa cónyuge.
La otra gran crítica que ha recibido la cinta es que hombres, blancos y heterosexuales interpretan personajes no binarios, marginales y empobrecidos. Algunos medios han tachado las actuaciones de caricaturescas y estancadas en un estereotipo trillado del travesti y el homosexual, lo cual se suma al debate de cómo se están representando las diversidades sexuales en los medios de entretenimiento masivo y quienes las interpretan.
Finalmente hay opiniones que dicen que Lemebel no hubiera aceptado esta película porque si bien dos de las partes más emotivas del largometraje son durante una discusión en donde La Loca le dice a Carlos, “Si algún día hacen una revolución que incluya a las locas, avísame. Ahí voy a estar yo en primera fila”; y al final cuando le dice: “No hay comunista maricón, ¿no?”. Hay una sensación general de que el personaje principal es muy tibio políticamente y se presenta de una forma muy exotizada.
Lemebel era un escritor y artista del performance bastante radical. Durante varios años fue el único escritor chileno abiertamente homosexual que usaba maquillaje y tacones en público, lo cual no solo le trajo problemas con la dictadura ultra conservadora católica de derecha, sino con los partidos de izquierda con los que comulgaba.
La pluma de Lemebel es muy crítica, pícara y afilada, y los performances que hizo con su colectivo artístico “Las yeguas del apocalipsis” eran desafiantes e impactaban los sentidos. En cambio La Loca encarnada por Castro es un poco más parca y algo pasiva, pero aún así logra armar un personaje muy sensible que está dispuesto a amar -siendo consciente de que lo va a perder todo- y toca así varias fibras, porque al fondo de esta historia también está la soledad, el miedo y la resignación.
Más allá de cualquier crítica, “Tengo Miedo Torero” es una muestra del buen momento por el que pasa el cine chileno y además es una buena introducción al actual contexto socio político de ese país.
El pasado 25 de octubre, después de poco más de un año de lucha popular en las calles, la ciudadanía chilena votó a favor de la elaboración de una nueva constitución política que se espera sea un cambio radical frente a la anterior. Si bien la dictadura chilena terminó en 1990, los ecos del régimen siguen presentes, y esta película de alguna forma abre una ventana para entender un turbulento ambiente de represión, miedo, violencia e inconformidad, en el que también se cultivó un colosal deseo de cambio que parece estar cerca.
“Tengo Miedo Torero” es un bolero que fluctúa entre la belleza del amar con pasión a alguien y el miedo a la soledad. Entre ser libre y vivir al margen. Y entre dejarse llevar por un sueño y sentir cómo las alas se queman para finalmente dejar la cara estampada en el pavimento. Humor, deseo, pasión, tristeza; básicamente un resumen de la vida.