Metal Lords: una mirada a las nuevas generaciones metaleras
Ser adolescente y metalero es muy jodido. Sobre todo si vives en una zona suburbana, pequeña, conservadora y aburrida. En esa época todo es muy confuso, uno no se halla en el mundo. Entre la desesperada búsqueda por perder la virginidad, el desarrollo de la personalidad, la incomodidad de la pubertad y la curiosidad de probar y vivir todo, la existencia es puro caos. Todo apesta, la gente es estúpida y nada tiene sentido, excepto, claro, el metal.
Uno cuando es adolescente cree que se las sabe todas, pero no tiene ni idea de nada. Uno va por la vida reventándose los granos e intentando descifrar la realidad. Y ahí es donde el metal, y en general cualquier cosa que se cante a los gritos, juega un papel importante para tantas almas perdidas. Entre la oscuridad de las hordas de los avernos y sus tonadas profanas, uno encuentra un suciego inexplicable, un consuelo, una respuesta y seamos sinceros, una excusa para portarse como un patán y dárselas de rebeldillo.
Tal como le pasa a Hunter Sylvester (Adrian Greensmith), uno de los protagonistas de Metal Lords, la nueva peli adolescente de Netflix, en la cual este personaje, un clásico metalero lleno de odio, convence a su mejor amigo, el geek Kevin Schlieb (Jaeden Martell), que lo mejor que pueden hacer con sus patéticas vidas es armar una banda de post death metal llamada Skullfucker, y entrar a la batalla de las bandas del colegio, ganarla y volverse unas leyendas.
Kevin que poco y nada conoce de los sonidos infernales, se pone en la tarea de no solo investigar acerca de la historia y los mil distintos géneros del metal, sino de aprender a tocar la batería. La cosa pinta bien para Skullfucker excepto porque no tienen bajista. Y en su pequeña ciudad, a nadie más le gusta el metal.
Este par encarna dos arquetipos clásicos de los metaleros del cine. Ambos vienen de una familia disfuncional, en el caso de Hunter su madre lo abandonó y vive con su padre, un acaudalado cirujano plástico, mujeriego, distante, emocionalmente torpe que no entiende a su hijo del cual se siente decepcionado e intenta controlarlo a través de la humillación y la represión.
Hunter es el clásico rockero atormentado, lleno de ira y violento. Se niega al cambio, se cree dueño de la verdad y de los demás. Es agresivo, intolerante, manipulador y además es un rebelde a medias, porque mientras la tarjeta de crédito de papá sirva, todo estará bien. Está desesperado por demostrar que es malo y que vale más que el resto.
Kevin en cambio tiene un padre ausente y una madre sumisa, él es noble y leal a sus amigos, se toma las cosas con más calma, no juzga al otro sino que se alimenta de la diferencia. Es un rockero disciplinado, tranquilo y abierto a más cosas, pero cuando tiene que pararse duro ante la vida lo hace. Gracias a esto conoce a Emily Spector (Isis Hainsworth) una talentosa chelista que lucha con su salud mental y con quien inicia una relación sentimental y musical.
Emily aprende a tocar metal en su violín chelo y parece ser una suma perfecta para la Skulfucker, pero obviamente Hunter está en contra de esta idea. Esto produce una ruptura que luego se sana con el poder de la amistad y todo termina en una gran presentación.
Metal Lords es una película para adolescentes con una trama típica, sin muchas sorpresas, cuya estructura funciona y no necesita mucho para entretener. Es una producción que sirve para pasar el tiempo, divierte con su humor simple pero a veces muy sutil y fino, a veces apela a la nostalgia, pero también plantea varias reflexiones interesantes acerca del presente y sin duda es perfecta si se es metalero y se tiene hijos.
Lo interesante de esta peli, es que si bien no es muy disruptiva con el formato cinematográfico, sí lo es con el metal. A pesar de que hay varios elementos clásicos como la estética, Metal Lords apela a una generación nueva. A los jóvenes del 2022 y sus inquietudes, lo cual molestó a más de un vieja escuela.
Hunter está todo en tiempo el lucha con la idea del metalero trve, el verdadero rockero, el ungido por Satán. El que sabe de que verdaderamente se trata el metal. Una imagen que cada vez está más mandada a guardar. En los 80 el metal era algo más salvaje, gestado en el corazón de las clases obreras del mundo donde sus jóvenes vivieron una opresión y violencia sistemáticas por parte de todas instituciones. Entre lo subterráneo y la rebeldía, miles de personas lograron hacer catarsis a través de estos ritmos y crearon un movimiento cultural global.
Pero en la segunda década del siglo XXI las cosas son distintas. El metal obviamente sigue siendo una herramienta de rebeldía y expresión adoptada por las personas marginales del planeta, pero también es una industria, con una estructura comercial muy bien definida que en algunos países es muy lucrativa. A las nuevas generaciones esta música no le llega por casetes regrabados, sino por internet. Las lógicas y las luchas son distintas, no mejores, ni peores, solo nuevas.
Esta producción muestra la evolución y el cambio de que ha vivido y está viviendo esta cultura, pero lo interesante es que no es una evolución hacia el pop, sino que mantiene su esencia pasada y distorsionada. A diferencia de School Of Rock (2003), donde la música era rock clásico, no muy pesado y audible, en Metal Lords la banda sonora es pura distorsión. Black Sabbath, Iron Maiden, Judas Priest, Mastodon, Slayer, Metallica son algunas de las bandas que suenan o son referenciadas. Además “Machinery Of Torment”, la canción que Skullfucker presentó en la famosa batalla de la bandas, está muy bien hecha y tiene elementos que apelan a todos los gustos. Una base death metal melódico, cortes tipo thrash, solos heavy, arreglos sinfónicos, una batería muy técnica, sin duda es una canción que une muchas cosas, que no suena a lo típico y mueve varias fibras.
Pero tal vez lo más arriesgado y relevante de Metal Lords es el discurso de inclusión que plantea. No solo desde el tema de la participación de la mujer dentro del metal, sino que se atreve a cuestionar la homofobia y el machismo de esta cultura. En una escena, Hunter le dice a Kevin y a Emily que una mujer no puede formar parte de una banda porque los haría ver gays. Ella lo mira y luego repasa los posters que están a su alrededor en los que se ven un montón de tipos musculosos, forrados de cuero y con penes grandes, ante lo que Hunter se queda sin argumentos. Porque la homofobia no tiene sentido en ningún lugar.
Además de eso, esta película hace algo muy valioso y es que también incluye personas que son neurodivergentes. La rectora del colegio es una mujer que está en el espectro del autismo, uno de los pocos amigos Hunter es un joven con síndrome de down y Emily no produce de forma suficiente una sustancia en su cerebro lo cual le produce cambios de ánimo. Esto es algo de lo que poco se habla en la cultura general, pero las personas neurodivergentes van décadas luchando por no ser estigmatizadas y por que se les permita ser parte de la sociedad como el resto.
Que se hable de esto en una peli metalera es importante porque demuestra que el metal sigue siendo rebelde y sigue luchando. Que sigue siendo la música de los distintos, de los inconformes, de los rechazados. Y finalmente puede ser que Metal Lords no sea una gran obra del cine como lo es Metalhead (2013) o no sea tan divertida como Deathgasm (2015), pero vale la pena darle una oportunidad, porque es una muestra de que una nueva generación está manteniendo vivo al metal y seguramente en unos años veremos una nueva ola de la cual se espera siga alimentando ese fuego.