Dunkerque: el placer de angustiarse en una sala de cine
La nueva película del director de Memento (2000) e Interestelar (2014) no va al servicio de un relato fantástico, sino de un episodio bélico constitutivo de la identidad británica. Tenemos que ver Dunkerque (2017)
Ubiquémonos en un playa, pero no en una en donde se nos entierren los dedos en la arena y una hamaca amarrada de dos palmeras nos llame a la ocupación; ubiquémonos en una playa, pero no en una en donde podamos tomarnos una bebida tropical que sale de un coco abierto por la mitad; ubiquémonos en una playa, pero no en una en donde apreciemos la inmensidad con medio frasco de bloqueador encima mientras el sol nos cambia de color la piel y el graznar de las gaviotas elimina de tajo las preocupaciones; ubiquémonos en una playa, ubiquémonos en Dunkerque, Francia, durante la Segunda Guerra Mundial.
Mayo de 1940, cerca de 400 mil soldados de las tropas aliadas (ingleses, franceses y belgas) están acorralados por el fuego aéreo y terrestre de los alemanes, Wiston Churchill, primer ministro británico, ordena con cierto pesimismo, que al menos sean evacuados 30 mil soldados; bajo esta premisa se construye Dunkerque (2017), la nueva película de Christopher Nolan, sí, el mismo que se sentó en la silla de director en la trilogía de Batman: el caballero de la noche ( 2005 - 2008 - 2012) y soñó despierto con Inception (2010), lo que pocos saben es que fue el encargado de darle un rol no solo dramático sino antagónico a Robin Williams en Insomnia (2002).
Si la palabra NOLAN existiera en el diccionario de Oxford, seguramente encontraríamos algo así:
NOLAN: ing/ Espectacularidad, que explora los lugares más recónditos del ser humano. Dícese de aquel que audiovisualmente no tiene límites. Eje: “eso que hiciste es impresionante, me perece que hiciste un NOLAN”
En Dunkerque (2017) Nolan no solo se sentó en la silla de director, también ocupó la del guionista, y aunque los diálogos no tienen mucha presencia, mientras vemos el drama bélico sentimos que las palabras no faltan, la suntuosidad de sus imágenes nos ponen en un campo de batalla, pero no una batalla por acabar con otra vida, es una pelea a muerte por conservar la propia existencia. Miles de soldados clavando sus botas en la arena buscando cómo volver a casa en medio la paranoia constante que producen el ensordecedor sonido de los bombarderos y el traicionero silencio de los morteros, estamos ahí, corremos por esa playa, nadamos con el pesado uniforme encima y sobrevolamos la inmensidad del mar en esta experiencia que Nolan rueda 70% en IMAX.
No ha pasado un minuto de la película y otra sensación, la angustia, nos acompaña durante 1 hora 46 con los sonidos melancólicos y perturbadores de una banda sonora creada magistralmente por Hans Zimmer, para que como espectadores estemos tan pendientes de la película como los soldados están pendientes de conservar la vida. Zimmer ya le conoce el tono a Nolan, ya sabe qué notas usar para acompañar las imágenes del director, Zimmer sabe dónde meter una corchea como Nolan sabe dónde meter un plano general. La edición de sonido es soberbia, y en el cine, a nuestro alrededor, no escuchamos el mascullar furioso de algún espectador que destroza con rebeldía el maíz pira ¡No! sentimos el miedo, la angustia, el tronar furioso de las balas y su aterrador impacto, pero también sentimos cómo la esperanza reverdece en medio de un entorno lleno de hostilidad y muerte.
Es una guerra que le pertenece por supuesto también a los civiles, pero no únicamente como víctimas o victimarios, les pertenece porque en sus manos están también las respuestas, el dolor y la ayuda.
Dunkerque (2017) sencillamente le da otra connotación a la derrota, le da la vuelta a la premisa bélica del combate, parece una película de una sola escena contando un evento atípico dentro de las convenciones de una guerra que tenía en vilo a la humanidad, como dijo el historiador inglés Nick Hewitt “en Dunkerque, Churchill ganó tiempo para el mundo”.