“Del Palenque de San Basilio”: un documental sobre la riqueza cultural palenquera
Entre sollozos, cantos, plantas machacadas sobre su cuerpo, yace Catalina. Su humanidad casi moribunda capta la atención de todos a su alrededor, quienes le cantan, le hablan, la abrazan. De repente, cuando ya no hay nadie más que un hombre que la cuida sentado sobre una mecedora de madera y que se queda dormido cuando cae el día, muere sin que este se percate de lo ocurrido, sino hasta el día siguiente. Luego en un cuarto oscuro con una luz roja que guarda un ataúd sobre el que hay muchas velas blancas, la despiden unas seis personas que entre coplas alicoradas y palmas, le cantan extasiados. Están inmersos en una catarsis colectiva. Más tarde, durante nueve noches tocan el pechiche, un tambor alargado y flaco, al que una señora se refiere como el tambor mayor, el más espiritual, el que hay que cuidar y ofrendarle ron, aguardiente. Esto lo hacen, explican, para que su alma no se quede en el pueblo asustándolos. Lo que sigue en adelante es música, celebración, fiesta.
Del Palenque de San Basilio es un documental que observa. Y así como la historia de Catalina que habla sobre la muerte, este nos conduce a un viaje por las tradiciones de la cultura palenquera a través de una cámara, un ojo que mira atentamente y sin nombrar o explicar, la lengua de este pueblo, el uso de las plantas, la preparación de alimento, el rito del matrimonio, el trabajo a la tierra, los instrumentos musicales, la influencia de Cuba, de África en las tradiciones. La música está siempre presente y es a la vez fiesta y a la vez luto, a la vez acompañante y a la vez protagonista.
También vemos al maestro Paulino Salgado Batata III y su legado musical, escuchamos los cantos desgarrados del lumbalú, el balanceo del bullerengue, el meneado alegre del son y las danzas estrambóticas de los guerreros. Es la cosmovisión encarnada de los esclavos fugados a los palenques de la selva hace 300 años.
Con 86 minutos en pantalla, esta película es una obra de arte en movimiento. Un espejo de un pueblo que ha resistido a la globalización durante años y que aún así no conocemos como país, una memoria visual y sonora de la cotidianidad transcurriendo bajo otras reglas, otros ritmos, otras lógicas diferentes a las del mundo occidental, unas que quizá no podemos entender del todo en una Colombia centralizada y que aunque en teoría sea multicultural y pluriétnica, homogeniza todo a su paso.
Así, con muy pocas intervenciones que explican las imágenes y un gran archivo sonoro que parece no terminar en los créditos del final de la película, nos sumergimos en un viaje que parece anacrónico a nuestro tiempo, unas voces palenqueras, casi cantadas, unas acciones que parecen estar motivadas siempre por el instinto de crear sonido, de ritualizarlo todo. Vemos también unos instrumentos hechos de bejuco, de cuero, unas tradiciones en las que el tiempo no es dinero, ni productividad; es arte, resistencia, preservación.
También vemos a Batata con Toto la Momposina, a Petrona Martínez, a Graciela, Vicenta Osisabé y Desiderio Valdés, a Ines y Acota Ortega, al Cabildo del Baile del Muerto, a Dolores Salina y a muchos maestros y maestras que parecen dejar el alma en sus voces e instrumentos y narrarnos lo que solo se puede narrar con música.
Aquí pueden ver el trailer de esta hermosa película