‘Blonde’ o el despojo de la dignidad de Marilyn Monroe
En la más reciente película del director Andrew Dominik vemos a Ana de Armas encarnar con gracia a Marilyn Monroe, el ícono sexual de los sesenta por excelencia. Con una dualidad que oscila entre una mujer dulce y llena de sensibilidad y una que es constantemente abusada y maltratada y a la vez está llena de vacíos emocionales que justifican todo lo que le pasa, la actriz despliega todo su talento para permitirnos enamorar y apiadar por este personaje dibujado con morbo y atravesado por la sevicia humana.
Así, de principio a fin, nos adentramos en un relato que primero sigue un orden cronológico de cuando ella era una niña y se llamaba Norma Jean y luego, salta, del pasado al presente, a veces con aires oníricos y usando símbolos como el fuego y la luz, para exaltar el delirio de una artista trastocada por su historia personal y por el abuso de la industria de Hollywood y el de los más poderosos personajes de la época.
Todo esto ocurre mientras que la fotografía y el arte nos sumergen en un mundo tremendamente bello y cruel, en donde la artista más importante del momento es a la vez poesía y carne; frenesí y discernimiento; sueños y frustración. Así, cada fotograma que pasa, como un deleite visual difícil de encontrar en otra parte, evoca la armonía y la perfección de una postal, porque de hecho esa fue la intención en varias de las escenas, en las que el director de fotografía, Chayse Irvin, intentó recrear famosas fotografías de Marilyn.
Pero aún con esa actuación impecable de Ana de Armas, nominada al Oscar de 2023 por su actuación y ese mundo visual despampanante impulsado por Irvin, el tratamiento de la historia deja mucho que desear.
Acá se mezclan temas tan crudos como el maltrato infantil, el abandono, la violencia sexual, la hipersexualización, el abuso de drogas y el desequilibrio mental en una película de casi tres horas. Y aunque son narraciones importantes, sí surgen muchas preguntas sobre cómo hacerlo sin dejar la ética, la dignidad y el respeto a la memoria de Marilyn Monroe a un lado.
Solo pocas veces en la cinta vemos la representación de una de las mujeres más talentosas de la historia de la cultura pop de nuestros tiempos, como sí pasa por ejemplo en producciones de ficción sobre su vida como la serie Smash, en las que si bien se tocan por momentos estas temáticas, su dignidad como persona y artista es la máxima premisa. En esta serie, un grupo de artistas de Broadway van a hacer una obra sobre su vida y la narrativa aunque a veces se centra en ellos como equipo o individuos, solo es de admiración y respeto al legado de la rubia explosiva.
En cambio, en Blonde es triste ver solo a una Marilyn narrada desde la tragedia, la agonía y el abandono. Una Marlyn además atravesada por una condena tácita que radica en su belleza, sus curvas y en ese ojo masculino que la abusa con su mirada, sus fotos, su energía, y de paso, la ultraja a su antojo.
Por ejemplo, en la cinta se retrata la hipersexualización a la que esa mujer llamada Norma Jean, quien luego se convirtió en Marilyn Monroe, como si fuera un producto más del mercado, estaba expuesta. Pero mientras esto ocurre, varias escenas innecesarias de desnudos transcurren, como cuando Armas interpreta a una Marilyn dormida y consumida en la droga y esto necesariamente nos hacen cuestionar qué tan morboso o necesario es verla representada así en ese momento o qué tan revictimizante termina siendo el enfoque de una película en la que los pedazos de su dignidad ya están descompuestos y la audiencia termina jugando al morbo con fragmentos de una historia que bien pueden salir sin afectar la narrativa.
O una de los recursos más criticados: fetos que le hablan desde su vientre para hacerla sentir mal por sus decisiones. Aquí, más allá de estar o no de acuerdo con un tema tan delicado como el aborto, la película sí parece ser un panfleto antiaborto que la culpa cuando paralelamente es evidente que ella es solo una víctima de un entorno que la violenta, no la deja seguir sus deseos y constantemente la coarta en cada acción que desea tomar.
Se ha defendido la cinta alegando que se basa en la novela Blonde (2000) de Joyce Carol Oates, que a su vez no es una biografía fiel a la vida de Monroe, sino que ficciona varias partes de su vida.
Lo cierto es que narrar la violencia de género, incluida la violencia sexual o fenómenos como el abandono infantil o el desarraigo tiene retos éticos y aunque a la ficción no se le puede exigir lo mismo que al mundo documental o al periodismo, sí es importante preguntarse hasta qué punto los relatos no terminan siendo igual o más revictimizantes o hipersexualizantes que esas historias en las que se basan.
Pero quizá, siguiendo esta misma premisa narrativa que se propone, en la que se muestra un contexto en el que la imagen de Monroe fue explotada y monetizada sin importar su dignidad o integridad humana, puede que la idea de hacer esta película haya sido similar.