“La Resurrección de los Condenados”: una obra de teatro sobre una nueva posibilidad en el conflicto armado
Oscilando entre los mundos de la vida y la muerte, entre llantos, sollozos, bailes y risas, Úrsula Iguarán decide, por voluntad propia, regresar. Lo hace para replantearse ese estado de desasosiego que con tanta destreza retrató García Márquez en Cien años de soledad, mientras plasmaba que los seres humanos estamos condenados a no tener una segunda oportunidad en la tierra. Así pues, entre el olvido y las cenizas, esta vez llega la madre de las abuelas para darle un mensaje de restauración interior y de nuevas oportunidades a un pueblo cansado ya de la sangre y la barbarie.
“La Resurrección de los Condenados” es un proyecto creado por Misael Torres, Juan Carlos Moyano y un grupo de artistas reunidos alrededor de una tentativa compleja: la memoria histórica, la verdad y la situación emotiva en la que los colombianos nos hemos sentido acosados por la guerra en todas sus direcciones. Un proyecto que nació con el apoyo de Idartes, la Comisión de la Verdad y la Fundación la Paz Querida.
A propósito de que esta ya se presentó en varias localidades de Bogotá con más de 14 funciones y que el próximo año seguirá haciéndolo en otras ciudades, conversamos con Moyano sobre el mensaje que deja la obra.
¿Cómo nace esta obra y cómo se relaciona con el mundo de Gabo?
“La Resurrección de los condenados” fue naciendo inspirada en el mundo que García Márquez nos ha dejado y que, en buena medida, revela lo que ha sido nuestra historia. Sin embargo, García Márquez en su novela nos deja una sensación un poco desolada. Nosotros decidimos traer a Ursula Iguarán, en un camino entre la muerte y la vida. Le dimos la posibilidad de volver al mundo de los mortales para darles un mensaje de restauración interior y armonía social, reafirmando que si no superamos los odios, las venganzas y los abismos de sangre que nos han separado ya no podremos obtener la reconciliación.
Esta obra trata sobre la resurrección de las madres de las abuelas. Creemos que los colombianos no nos podemos obligar a perecer entre los cenagales del conflicto. Al contrario, creemos que ese intrincado de violencias y matanzas tiene que llegar a un fin para garantizar a nuestros hijos, nietos y a nuestros descendientes venideros, la oportunidad de tener un país donde podamos convivir y desarrollarnos en paz. Sobre eso hemos estado trabajando los últimos cuatro meses hasta tener la obra lista.
¿Cualquier persona, así no haya leído el libro, puede entender la obra?
La obra está inspirada en algunos de los personajes de Cien años de soledad, pero se puede universalizar de tal manera que cualquier persona que lo haya leído o no, pueda asimilar esta historia. Es sencilla y compleja, como nuestra propia historia. Todos y todas podrán acercarse a este espectáculo que remueve las entrañas y da una especie de esperanza y bálsamo. No queremos resignarnos a vivir en un estado de desastre.
¿Por qué es tan importante el tema de la verdad y la memoria cuando hablamos de conflicto?
La Comisión de la Verdad ha puesto al día un tema pertinente. Los colombianos no podemos seguir padeciendo la peste del olvido. Creemos que es necesario reconocer lo que ha ocurrido en nuestra historia.
La historia no son las distintas versiones de historiografía e historiadores, sino la que han protagonizado en la vida cotidiana la gente común y corriente: los desplazados, los que han presenciado la desaparición forzada, el asesinato o la desgracia de ver cómo sus familiares perecían o no volvían jamás a casa. Nuestra memoria está llena de altibajos y momentos muy desagradables, pero también hemos sido un país con resistencia. Un pueblo con capacidad y trabajo, con anhelo de vivir.
Quizás por eso en nuestra cultura hay una extraña paradoja, donde coexisten la alergia, el fragor de la fiesta, la vitalidad del amor y también la muerte, la violencia, el miedo y aquello que hace que nos relacionemos con los demás de ciertas formas. A pesar de que ha sido negada y distorsionada, más allá de esquemas ideológicos, nosotros queremos plantear en la obra que es necesario superar el asunto y atreverse a mirar el país y el futuro del país de una manera distinta, libre de prejuicios e intolerancia. Como colombianos hemos sufrido de amnesia crónica, por eso creemos que es necesario reconocer la historia para poderla transformar.
Y en las grandes ciudades también nos hemos desconectado muchas veces del conflicto y su historia, que en su mayoría se da en el campo. ¿La obra pretende también reflexionar sobre esto?
Lo que ha caracterizado a las ciudades es que muchas veces no percibimos las violencias de afuera, pero poco a poco esa violencia ha llegado a los extramuros. Ha llegado a Cali, Medellín, Barranquilla, Bucaramanga e inclusive a ciudades más pequeñas han llegado desplazados, la gente desterrada del campo, los que buscaban mejores oportunidades. En las urbes hemos sido menos afectados que en los territorios del campo. Nuestra obra quiere hablarle a la conciencia de la gente y, sobre todo, hablar de temas terribles como las matanzas, los miedos y las dificultades de asumir la vida con plena libertad e independencia.
Esto teniendo en cuenta las recomendaciones de la Comisión de la Verdad, que nos pide cesar los choques entre individuos, grupos armados para que la sociedad civil pueda florecer y tengamos la opción de vivir una vida más tranquila. Quizá ha llegado el momento de replantearnos las cosas. Estas nuevas generaciones de jóvenes se han atrevido a hablar las cosas de frente, a buscar salidas desesperadas. Es esa necesidad de abarcar espacios distintos y superar esa batalla pactada de la violencia que tenemos bien adentro y que es necesario sanar. Eso es lo que la obra plantea: la necesidad de resolver los temas de la violencia desde la ciudadanía. La posibilidad es ser avistado y estimulado por el sentimiento mayoritario, que no es la guerra, sino una convivencia en paz.
La guerra en realidad no solo se ha quedado en las ciudades, sino que se ha desplazado a los hogares, las familias, las casas, las vecindades, las instituciones educativas, a los sitios que uno no sospecha que se está infiltrando. Nuestro llamado a través del arte es asumir posiciones diferentes que nos permitan encontrar otra forma de sentirnos colombianos y colombianas.
Si no es con esquemas ideológicos, ¿cómo crees que se puede labrar ese camino?
No es nada fácil porque hay gente que vive de la guerra y que conserva el poder por el miedo de los demás. Parece una utopía plantearlo, pero nosotros confiamos en que los jóvenes y las nuevas generaciones van a contribuir a la paz de este país, deshaciéndose de los lastres de lo violento.
Aprendemos a ser violentos desde la escuela, en la cuadra donde vivimos. Hay que empezar a trabajar la cultura de los niños para que nuestra educación permita entender la historia y pacificar las armas. Parece imposible porque nuestra desgracia está desde el origen de la república, pero hay que atreverse a cambiar. Obviamente el arte tiene un poder de transformación, pero no tiene las herramientas sociales y políticas para llevar a cabo estos cambios, pero el arte sí sensibiliza y nos permite crear y creer.
Nuestro llamado es a revelarse y encontrar nuestra propia magnitud desde adentro. Uno de los parlamentos que las madres de las abuelas al final de la obra dice es que la única manera de encontrar la paz es cuando cada colombiano y colombiana arranque de su corazón la inclinación hacia la violencia. Nosotros tenemos que aprender a dialogar, a resolver los conflictos de una manera distinta. Para eso hacemos llamado a un humanismo universal y a una enseñanza que pueda garantizar que la convivencia realmente sea pacífica. Es desarmar los corazones. Eso es muy difícil de entender, sobre todo cuando los protagonistas de la lucha violenta siguen propagando la insensatez de la guerra, pero estamos convencidos que la mayor parte de colombianos pensamos diferente. Pensamos también que hay que rebelarse contra ese orden de cosas que nos han llevado al fracaso y a la pérdida de autoestima como nación y como sociedad.
Esta una obra que rebasa la idea del teatro y conecta con el espíritu de la época y esa añoranza de encontrar en Colombia un sentido y un reclamo contra la violencia y los violentos. Eso quiere decir que no solo contra los que están al margen de la ley, sino los que encubiertos en la legalidad manejan el Estado de manera abrupta, con criterios de exterminio. Seguiremos siendo desgraciados si repetimos que no tenemos una segunda oportunidad en la tierra. En nuestra obra resucitamos a Úrsula Iguarán para que le diga a los mortales que detengan la loca rueda de la violencia.
***
“La Resurrección de los Condenados” ya se presentó en el barrio Policarpa Salavarrieta, el barrio La Estrella, en Ciudad Bolívar, el Teatro la Fundación Don Bosco y en Usme, en el Planetario del Sur, cerca al Parque Cantarrana. También en el Teatro del Ensueño y en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán. El próximo año se anunciará dónde más se presentará. Para estar pendientes, pueden consultar la página web de Idartes.