Jota Villarreal, el muralista que reflexiona sobre el cuidado del planeta
Un día de este año, Jota se levantó con una noticia que lo indignó en lo más profundo. En el sur de San Andrés, un hombre se había encontrado con un tiburón gris hembra que llevaba nueve tiburones en su vientre y en lugar de liberarlos, los pescó y los mató. Todo porque el conocimiento popular isleño reza que comerse esta especie ayuda a mejorar la líbido y la virilidad. Nada más ridículo, falso y peligroso que eso para el equilibrio del ecosistema, explica Jota, quien además de pintar se dedica a hacer talleres y pedagogía sobre el cuidado del medio ambiente.
Luego de pensar cómo responder al hecho, al muralista de Medellín que ha vivido prácticamente toda la vida en el archipiélago, se le ocurrió homenajear a esa especie en Cayo Bolívar, una pequeña isla de aproximadamente cinco metros de diámetro a dos horas navegando desde el centro urbano. Así, con ayuda de la Corporación ambiental de San Andrés y la Armada, el artista plástico se dedicó a pintar sobre unas estructuras creadas para eso, un tiburón gris y a documentar en un video, a ritmo de reggae y con un inglés caribeño, la importancia de cuidarlo y lo que este significa para la vida marina.
Y así como ocurrió con este suceso, con sus pinturas, Jota, cuyo nombre es Carlos, no solo le da más color a la isla que ya cuenta con despampanantes verdes que contrastan con los siete colores azules del mar, por los cuales es famoso el único departamento insular de nuestro país, sino que también llena de conciencia ambiental y social a quienes visitan o viven en este paraíso terrenal.
De esta manera, con dibujos de tortugas marinas intervenidas con plástico, de ballenas que se abren paso en un mar de basura o pinturas como una que hizo este año con la cara de Fabián Pérez, conocido como Hety, un artista isleño considerado uno de los reyes del creole que fue asesinado este año en el patio de su casa, Jota le da vida a las paredes que hablan sobre realidades muy propias del archipiélago y que no pueden pasar desapercibidas para nadie.
“Para mí la estética dejó de ser una preocupación hace mucho rato, me enfoco más realmente en el mensaje, a excepción de que sea, por ejemplo, que me contraten para hacer un retrato y tenga que quedar igualito”, explica el artista que ya tiene unas 40 obras en toda la isla y también ha pintado en lugares como Medellín, Miami y Canadá.
Y es que basta con hablar con él un rato para darse cuenta que lo que hace sale del corazón y realmente lo mueve. Mientras caminamos al frente de un muelle esperando a un amigo suyo que nos va a llevar en lancha a la parte de atrás del Old Point, una zona protegida y reserva natural de manglar, en donde Jota pintó un ojo que observa a los transeúntes y que es a la vez testigo de su trasegar por el lugar, el artista mira al horizonte, justo donde el cielo traza una línea blanca con el mar.
Así a plena luz del día, como entrecerrando los ojos para enfocar la imagen, el hombre de tez trigueña y quien lleva una pantaloneta y unas chanclas, señala: “Todo eso que ves allá, esa espumita blanca, es la famosa barrera coralina de acá, que no sé si sabes que está dentro de las tres más grandes del mundo. La más grande está en Australia, por eso San Andrés es reserva de biosfera porque es muy rica en su parte coralina y tiene bastante riqueza marítima”.
Luego, señala un islote que se ve frente a la inmensidad de un azul que está en el fondo y explica: “Esa parte verde es una isla, una especie de santuario de iguanas y allá hay casetas para comer y al frente hay un islote de solamente arena y detrás de eso, está el acuario. Tú te agachas con una careta y hay cientos de peces”.
A esto le sigue una poderosa reflexión que representa quizá el alma de todo su trabajo: “realmente San Andrés tiene mucho para defender desde la parte ambiental. Por eso la motivación es despertar un interés, sembrar una semilla, ya sea en un colectivo, en una persona, un periodista, un estudiante. Con esas ‘pequeñas iniciativas’ puede surgir un cambio enorme”.
Para Jota una idea clave que guía su trabajo es la educación ambiental. “Tú educas a alguien y le estás dando una herramienta de vida para que la persona sepa lo que está bien y lo que no está bien respecto a un tema. Eso lo he logrado a través del muralismo”, dice y explica que por ejemplo ha hecho talleres a aproximadamente 1.500 niñas y niños en la isla, así como a funcionarios públicos e infantes de marina.
Sobre esto, explica que muchos isleños y residentes no conocen, por ejemplo, las especies protegidas. Entre esas, dice, está el pez loro, el cual se puede reconocer por sus colores casi psicodélicos e iridiscentes. “Estos peces comen alguitas y limpian el arrecife y cuando defecan literalmente producen arena. Es un proceso circular donde le van dando nuevamente vida al mar. Y como el pez loro no está programado genéticamente para ser cazado, porque tiene un único depredador que es el tiburón, cuando los pescadores lo cazan, hacen mucho daño. Seguramente ni siquiera saben lo que hacen. Luego lo venden a los restaurantes, pero si los cogen pueden sancionarlos. Lo mismo pasa con el cangrejo negro o el caracol. Por eso es clave la educación”.
Luego de explicar esto, Jota menciona que cerca a la gobernación, justamente para explicarle a los niños la importancia de no comer este tipo de pez, hizo una obra sobre el mismo. También hizo un oso polar luego de ver en las noticias que en Londres tuvieron que suspender muchos vuelos y rutas de bus porque había una temperatura de 43 a 45 grados centígrados.
“Fue un hecho histórico: había un lugar donde se estaba derritiendo el asfalto. No está muy lejos que mañana un oso polar termine acá, así como hace dos días apareció un cocodrilo de cuatro metros en San Andrés, que seguramente llegó desde la Florida, y eso ya había pasado aquí, más o menos hace 10 años. Llegó lleno de conchitas y lo más triste no fue que haya llegado, sino que lo mataron, en vez de reubicarlo. Estamos a la vuelta de la esquina para que las especies estén tan graves que tenga que terminar un oso polar en un lugar tropical, en una playa”.
Otro de esos puntos icónicos en donde está el arte de Jota es el Old Point, al cual pudimos ir con él. Así en ese curioso paraje que es el manglar que nace entre agua dulce y salada y que es como un paréntesis de bosque fresco en la mitad del mar y a la vez se erige como una guardería para miles de peces y refugio para miles de aves y funge como filtro para retener todo lo que no debería pasar a las costas y de barrera para proteger a las comunidades de las tormentas tropicales, hay un ojo que observa a quienes visitan el espacio.
Este se encuentra sobre la ruina de lo que alguna vez fue una electrificadora. Hace unos 30 años, dice Jota, cuando él era niño, esta se incendió y acabó con gran parte del manglar que luego fue restaurado por unas bacterias especiales que se “comían” los agentes contaminantes y más tarde cuando ya estaba más frondoso y fuerte y cumplía con esa función de proteger las costas, con el Huracán Iota en 2020, volvió a sufrir fuertes estragos ambientales.
Y aunque muchas personas cambiaron su percepción del manglar después del huracán porque literalmente les salvó la vida, lo cierto es que tanto residentes como turistas dejan sus desperdicios, plásticos y basuras ahí. “Cuando tú vives en una isla y has tenido la oportunidad de estar en otras partes del mundo y de ver las posibilidades que tenemos nosotros con el paraíso que es San Andrés, porque realmente es un paraíso, te das cuenta también de lo sobreexplotado y descuidado que está. Literalmente necesita recibir más amor”, sentencia Jota.
Es que en una isla en la que, por ejemplo, después de la pandemia creció el turismo en un 540.8% y que cuenta con un modelo en donde las grandes cadenas hoteleras se comen la mayoría de los recursos sin dejar nada de vuelta a los isleños y generan desechos masivos, es obvio que la naturaleza necesita de regreso todo ese amor que nos regala a quienes la visitamos.
“Es un tema que necesita equilibrio, no se trata de satanizar el turismo porque también se necesita el turismo para que la isla subsista, pero hay maneras más responsables de hacerlo”, dice Jota, mencionando el ejemplo de Playa del Carmen en México. “Allá no hay un guía que no te diga ‘vas a pasar bueno, vas a entrar al mar o a este cenote, pero no se te ocurra tocar aquí, no puedes botar nada, lo que traes te lo llevas de vuelta'''.
Acciones como no asistir a hoteles que estén construídos en zonas naturales protegidas, priorizar el turismo con un enfoque ecológico y social, no dejar residuos en las playas, el agua o el manglar , recoger las basuras que nos encontramos y evitar el bloqueador solar al momento de entrar al mar porque daña los corales, es clave para respetar los ecosistemas de la isla.
Esto porque tal como escribe Jota en varios de sus murales “love is the key”: “el amor es la clave”. Y el amor a la naturaleza se traduce no solo en admirar su belleza y recorrer sus parajes y formas entramadas que nos sostienen, sino también en hacer todo lo posible y lo que está a nuestro alcance para protegerla, tal como hace el manglar por la comunidad sanandresana todos los días en silencio.
Para conocer de cerca el trabajo de Jota, pueden entrar a su canal de Instagram.